Una reflexión pedagógica sobre los modelos educativos
Escrito por: Epifanio Moreno Rojas – Ciencias
Resumen
El texto aborda la evolución de los modelos educativos, destacando cómo las responsabilidades y funciones de los actores educativos han cambiado con el tiempo. Se compara el modelo pedagógico tradicional (heteroestructurante), donde el profesor es el centro del proceso de enseñanza, con el modelo autoestructurante o de Escuela Activa, en el que el estudiante asume un papel más autónomo y el profesor actúa como facilitador.
Los modelos educativos han ido mutando a través del tiempo donde los actores involucrados han diversificado sus responsabilidades y funciones.
Esto nos lleva a reflexionar sobre cómo la pedagogía tradicional, o el modelo heteroestructurante, donde el profesor es el núcleo central y quien administra el saber, se hace responsable por la enseñanza y el aprendizaje dejando de lado las responsabilidades del estudiante en su proceso y, a su vez, asumiendo un carácter autoritario en lo concerniente a qué contenidos se deben impartir y en qué momento o grado de aprendizaje.
Según el texto Los modelos pedagógicos: Hacia una pedagogía dialogante de Julián de Zubiría (2010):
En una primera aproximación, de manera sintética podríamos decir que en la pedagogía tradicional el maestro es el transmisor de los conocimientos y las normas culturalmente construidas y aspira a que, gracias a su función, dichas informaciones y normas estén al alcance de las nuevas generaciones. El maestro “dicta la lección” a un alumno que recibirá las informaciones y las normas transmitidas para aprenderlas e incorporarlas entre sus saberes. (p. 73)
A su vez, dicho modelo tiene grandes bondades puesto que permite al profesor centrar al estudiante en un tipo de saber específico, contribuyendo de manera significativa en la apropiación del mismo. De igual manera, cuando se profundiza en estas temáticas se hace necesario revisar otros modelos pedagógicos, como es el caso del autoestructurante, más conocido como Escuela Activa. En este modelo
el profesor abandona su papel protagónico o nuclear y delega sobre el estudiante dicha responsabilidad, haciendo que se apropie de los saberes a los cuales desea tener acceso.
Una vez descentralizado el papel del profesor, este se convierte en un apoyo para el estudiante, el cuál es autónomo en la toma de decisiones para la adquisición del saber. He aquí uno de los grandes problemas que presenta este modelo debido a que, dado el contexto socio-cultural en el que vivimos, es muy complejo llegar a los niveles de autonomía necesarios para poder llegar a un estado ideal de aprendizaje. Puesta esta reflexión sobre la mesa, hemos de analizar cómo este modelo se opone a su antecesor es decir al modelo heteroestructurante, dado que descentraliza el papel del profesor para otorgárselo al estudiante, el cual no posee las herramientas necesarias para desenvolverse en el ámbito social y, aún menos, en el entorno académico donde debe sortear diferentes obstáculos de diversas índoles disciplinares.
Los múltiples modelos pedagógicos existentes buscan que sus protagonistas, en este caso profesores y estudiantes, tengan una relación unívoca.
Es allí donde nace un tercer modelo conocido como interestructurante o pedagogía dialogante. Este rol se encuentra divido de manera asimétrica entre profesor y estudiante, no obstante, la relación de asimetría no da un lugar predominante a alguno de los protagonistas, puesto que, de cierta manera privilegia el rol del profesor sin establecer una jerarquía autoritaria y sin que, de manera directa o indirecta, se descuide al estudiante y sus necesidades, tanto académicas como socio–culturales, dado que se reconoce al estudiante como un ser integral que está sujeto a su entorno.
“Los múltiples modelos pedagógicos existentes buscan que
sus protagonistas, en este caso profesores y
estudiantes, tengan una relación unívoca.“
Si bien es cierto, se han identificado falencias en los modelos pedagógicos, es necesario resaltar algunas de las fuentes de dichas deficiencias. En primer lugar, tenemos lo que conocemos como el conocimiento frágil en el cual los estudiantes no recuerdan, no comprenden o no usan en un contexto apropiado gran parte de lo que supuestamente han aprendido. En segundo lugar, lo que se plantea como el pensamiento pobre tiene que ver con que los estudiantes no saben pensar haciendo uso de lo que saben.
Dado este contenido teórico y el nivel de experticia que he adquirido en estos años de actividad docente, he podido identificar que existen factores que han trascendido a través del tiempo, como la teoría de la búsqueda trivial. Esta última es muy común en nuestra práctica pedagógica, según la cual el aprendizaje se basa fundamentalmente en la acumulación de contenidos y rutinas. Hecho que impide una
evolución en los procesos de enseñanza y aprendizaje y, a su vez, no se visualiza un cambio a corto plazo que nos permita darle un giro trascendental a estos inconvenientes en los modelos pedagógicos actuales.
“Este rol se encuentra divido de manera asimétrica entre profesor
y estudiante, no obstante, la relación de asimetría no da un
lugar predominante a alguno de los protagonistas…“
Cada vez que hablemos de modelos pedagógicos encontraremos pros y contras, puesto que el ser humano, y en este caso el estudiante y el profesor, se encuentra en constante cambio. Eso se da debido a la naturaleza de su entorno. En ese sentido, aquellas relaciones que se formen dependerán de la aceptación y el sentido de receptividad con el que nos encontremos para interrelacionarnos con el otro.
Los modelos pedagógicos establecidos en nuestra comunidad educativa han sido el fruto de experiencias en otros países que, desafortunadamente, poseen características muy distantes, tanto en el contexto social como en el cultural. Este tipo de modelos han sido implantados de manera unilateral en nuestras instituciones haciendo que no exista una apropiación y, mucho menos, una interiorización.
Uno de los grandes enigmas que se plantea la enseñanza es pensar con lo que se aprende, que es por cierto uno de los fines de la educación. Para ningún docente es desconocido que existen momentos en los que el uso activo del conocimiento no requiere de un gran esfuerzo intelectual. Estos momentos permiten visualizar lo que implica pensar por medio del conocimiento, a través de la solución a problemas dentro de un contexto cotidiano. Lo anterior conlleva hacer unas inferencias, una planificación y un sin número de actividades
y razonamientos en una situación particular. A su vez, este uso del conocimiento nos hace cuestionarnos sobre cómo están adquiriendo el conocimiento, no para criticar la metodología empleada sino, por el contrario, extraer aquello que nos permita tomarlo como fuente y así
poder replicarlo en las diferentes áreas del saber. Así, según Perkins (1992):
Los alumnos aprenden más a fondo cuando organizan los hechos, los relacionan con el conocimiento anterior, utilizan asociaciones visuales, se examinan a sí mismos y elaboran y extrapolan lo que están leyendo o escuchando. Lamentablemente, algunos alumnos optan por la memorización (leer una y otra vez el texto y repetirlo una y otra vez). Aunque la repetición ayude a memorizar, no es tan útil como otras estrategias que procesan la información de una manera más elaborada. (p. 40).
Dada esta afirmación de Perkins, podemos hacernos a una idea de que tipo de relaciones debemos emplear para que las temáticas, que deseamos que sean aprendidas por nuestros estudiantes, se conviertan en un conocimiento activo y no en una simple réplica de un contenido impartido en el aula de clase.
Para finalizar, pero no menos importante, hemos de preguntarnos: ¿por qué aplicar un modelo pedagógico ajeno a nuestra población educativa? Es allí donde debemos centrar nuestros esfuerzos para proponer un modelo pedagógico que este acorde a las características socio–culturales de nuestros estudiantes y profesores. Un modelo que en lugar de buscar darle protagonismo al estudiante o al profesor, se enfoque en darle prioridad a la solución de problemas en el contexto de cada integrante de dicha comunidad educativa.
Para ello se debe establecer una ruta de trabajo a partir de las necesidades de las comunidades, de los profesores, de los estudiantes y de todos aquellos que intervengan de manera directa e indirecta sobre el desarrollo de dicho modelo. Dicha ruta debe contemplar unos criterios mínimos de trabajo que permita la búsqueda de los mismos intereses. Los modelos antes mencionados tienen algunas bondades que son adaptables a nuestro entorno y que, si se delimitan de manera apropiada, pueden contribuir de manera significativa en la consecución de mejores resultados, tanto para estudiantes como para los profesores.
“Para ello se debe establecer una ruta de trabajo a
partir de las necesidades de las comunidades, de
los profesores, de los estudiantes…“
Tanto los modelos donde el eje central es el estudiante como donde lo es el profesor, no son ajenos al modelo donde tanto profesores como estudiantes comparten un mismo nivel de aprendizaje, pero sin establecer una relación de simetría, puesto que esto haría que no existiera una apropiación adecuada del saber. Para finalizar, hay que señalar que la comprensión lectora es la columna vertebral de cualquier modelo pedagógico que se quiera abordar. Estos se deben a que el nivel de comprensión y de experticia que brinda la lectura solo se adquiere a partir de un trabajo continuo. Lo anterior se percibe a través de la formación que presentan los profesores, quienes serán los encargados de afianzarla sobre sus estudiantes. Es ahí donde se visualiza la importancia y el grado de profesionalismo de los profesores que imparten, guían o acompañan el aprendizaje y la enseñanza de un área específica del conocimiento.
Al final, cada uno de nosotros es artífice de crear su propio modelo, puesto que somos el resultado del cumulo de experiencias académicas y personales que hemos ido adquiriendo a través de los años. Este cumulo de experiencias nos forma, o deforma en algunas ocasiones, puesto que estamos sujetos a unos acuerdos sociales e institucionales que hacen que aceptemos ciertos criterios para lograr cumplir con unas finalidades que en muchas ocasiones son opuestas a nuestros propios intereses.
Bibliografía
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De Zubiría, J. (2010). Los modelos pedagógicos: Hacia una pedagogía dialogante. Bogotá: Cooperativa Editorial magisterio.
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Perkins, D. (1992). La escuela inteligente. Del adiestramiento de la memoria a la educación de la mente. Barcelona: Editorial Gedisa.